¿Pueden las Microdosis sanar la Tartamudez?

Reflexión vivencial y académica

Adrián Guerra

7/22/20244 min read

Siempre había considerado la tartamudez como algo sin importancia, como algo mucho menor en comparación a otras muchas causas de sufrimiento (como los abusos sexuales, la violencia o las guerras, la destrucción ecológica y social. etc). Sin embargo, tras haber recibido (directa e indirectamente) los efectos de la destrucción económica y social de Ecuador tras la toma del narco de buena parte del país, decidí que ese sufrimiento era algo que salía de mis manos, y que mas bien debía intentar rebajar un poquito otras causas menores de sufrimiento. En este caso, mi tartamudez.

Pero, ¿cómo hacerlo?

Antes de responder, me gustaría enfatizar que tras mi largo aprendizaje autodidacta sobre psicodélicos y enteógenos, había topado con varios artículos indexados como aquel (den click aquí) en el cual se analizan auto-reportes de tartamudos y sus tomas de estos compuestos (un total de 114 personas) en la plataforma de Reddit. De ellos, un 47,4% (54 individuos) reportaron mejoras en su fluidez del habla, y menos ansiedad social y estrés, así como otro tipo de correlaciones positivas. Otros no experimentaron mejoras en esa área, pero sí en el alivio de síntomas de depresión.

También son conocidos otros ejemplos paradigmáticos como el de Paul Stamets, un portavoz de la cultura psicodélica, quien experimentó una resolución total de su tartamudez tras su primera toma de hongos psilocibios (una altísima dosis, por cierto). Y, por supuesto, encontré estudios de caso como aquel de una paciente con depresión (den click aquí), quien tras empezar un tratamiento con microdosis de ketamina, superó casi por completo su tartamudez (al menos hasta 1 mes luego de haber iniciado el tratamiento.

Fue entonces, cuando me pregunté: ¿por qué, en cambio, yo no había logrado mejoras en este ámbito?

Y la primera respuesta que vino a mi mente es que yo jamás había asistido a una ceremonia con el propósito de “sanar mi tartamudez”. Luego me dije que jamás tuve una pizca de fe. Y solo un poco después, logré reconocer que, tras esta asunción de que la tartamudez era algo no tan serio, en realidad velaba la creencia de no ser merecedor de recibir esa sanación.

Ahora bien, ya que había aceptado que era meritorio empezar a tratar este problema, ¿cómo podría hacerlo?

Un artículo reciente, publicado en este año 2024, nos brinda ciertos tips de cómo abordar la tartamudez con plantas de poder o psicodélicos. Por ejemplo, induciendo neuroplasticidad en la amígdala (centro cerebral que aloja los recuerdos dolorosos), y modulando la actividad del córtex prefrontal derecho, área vinculada con en esas horrendas anticipaciones de “oh no, voy a tartamudear con este vocablo” o “esa persona me va a juzgar” (para ver más mecanismos implicados en la tartamudez y que podrían ser tratados con psicodélicos, den click aquí).

Considerando que debía abordar esos recuerdos y sensaciones psico-corporales de desmerecimiento provenientes de mi historial de tartamudez), decidí pasar por un tratamiento con microdosis de hongos Psilocybe, para sanar paulatinamente esta afección.

No voy a narrarles de una manera exhaustiva todas las sensaciones que fui descubriendo y las dinámicas que fui implementando, pues tampoco es mi propósito revelarles toda mi biografía, pero sí es importante transmitirles que me topé con una fuerte carga de vergüenza, de ira (por no haber conseguido responder ante X situación, por haberme quedado trabado), de desmerecimiento y hasta de envidia (por ver cómo tantas otras personas pueden conseguir un sinnúmero de cosas, mientras yo debía afrontar mastodónticos esfuerzos al hablar).

Todo este proceso incómodo, desbordante en el transcurso de los días, fue, sin embargo, desplegando hermosas bendiciones. Las microdosis me fueron enseñando esas partes de mi vida bajo la forma de fractales de felinos, a menudo temibles e iracundos, pero en el transcurso de los días, fui observando cómo esas partes mías, esos jaguares internos, se fueron tornando más y más plenos, más imponentes, seguros de su propia afabilidad, así como de su gran potencia y ferocidad (la cual es justo que emerja en situaciones en que se lo necesite, sin tener que sobrellevar esas trabas e interferencias de la tartamudez).

En otras palabras, desde una óptica junguiana, me fue acercando a mi sombra, a todo lo que procuraba ocultar bajo la maña de mantener una imagen de bondad. ¡Es impresionante que tras 31 años no haya logrado abordar esta astucia!

Hoy, siento que mi tartamudez se ha vuelto menos engorrosa, y que esa carga psicocorporal[1] que he venido arrastrando a lo largo de los años ha celebrado una catarsis. Hoy, siento mayor seguridad, un menor esfuerzo a la hora de hablar, e incluso un rejuvenecimiento, una sensación de integración entre cada una de mis partes, como si estuvieran ahora reunificadas bajo el manto de un robusto micelio: mis antepasados, mi niño interior, mi adolescencia, la adultez, futuro, etc.

Anhelo que todos podamos asumir el discernimiento de observarnos a nosotros mismos, sin desestimar nuestros propios padecimientos, ante el reconocimiento de que otros tal vez estén pasando por peores circunstancias (idea, por supuesto, también debemos asumir). Quizás, permitiéndonos la sanación que todos y todas nos merecemos, logremos brindar a otros un mayor soporte, un mejor servicio, para que este mundo (aunque nuestra sociedad insista a veces en que esto jamás será así), pueda ser un lugar más hermoso e íntegro.


[1] Digo “psicocorporal”, porque esas contracciones y sensaciones psíquicas y emocionales de la tartamudez, se suelen sentir en todo el cuerpo, no solo en la garganta y en el rostro.